AFTERSUN de CHARLOTTE WELLS

“la belleza es el último velo ante lo real”

Jacques Lacan.

Seminario 7, La ética del psicoanálisis

Aftersun, ópera prima de Charlotte Wells, es una bella película. Este relato sencillo, incluso algo banal, plagado de hermosas imágenes sobre las vacaciones de una hija y su padre, se erige, sobre una potente arquitectura en tres planos -imaginario, simbólico y real- que es capaz de poner en forma la estructura de ficción que soporta la realidad humana, aún tributaria del mito y la tragedia.

El punto de vista recae en Sophie, quien apenas aparece. La vemos con su pareja y escuchamos el llanto de su hijo, recién nacido. Podemos fácilmente suponerla como la directora del film que estamos viendo. La que cuenta, entra en la cuenta, no está fuera de la ficción. Podríamos tomar la película como la producción de su nombre. Por eso el momento elegido para hacerla, es aquel en la que ella se convierte en madre, deviene el Otro para un nuevo ser. Precisamente, en ese punto de inflexión, va a extraer de su padre, su propio nombre.

El relato recorre un lapso temporal acotado: unas vacaciones escolares en su onceavo aniversario, en un complejo hotelero. La relación padre-hija va escribiendo el relato cuyo soporte son flashes, recuerdos e imágenes impresas en las cintas de video caseras grabadas por ambos, en fotos polaroid y en postales nunca enviadas. Esas piezas sueltas son las marcas del pasado, nuestras propias pinturas rupestres de las cuevas de la infancia. Las huellas de aquello perdido que restan en un cajón, en el olvido, en los confines de la memoria.  

Después está la historia que cuenta la película. El relato de esos días en ese verano, es la construcción que hace Sophie de su padre, paralela a la historia que nos contamos en un diván. El personaje que ella nos dibuja es un ser amable, porque ella lo ama, es el Otro, cerca del que nada malo puede pasar. Es con el que compartimos el mismo cielo, aunque estemos lejos, aquél que a la vez que nos avergüenza, imitamos, y ese del que servirse, para ir más allá. Calum es una versión del Otro. Es, por tanto, un ser inventado y fantaseado; su refulgente presencia es inversamente proporcional a su imborrable ausencia por venir, al dolor indecible de su partida. Hay objetos que en la infancia cobran un brillo especial: los helados, el sol, las fantas de naranja, los bikinis, y por supuesto el aftersun, esa loción veraniega que une las manos de uno con la piel de la otra, y a su vez, anuncia el porvenir: “después del sol”.

El juego de reflejos y la maestría de contrastes entre la luz y la oscuridad, entre el cielo y el mar, evocan que todo lazo amoroso esconde sus monstruos. A medida que avanza la película, bajo un fondo apacible y casi aburrido -como son las vacaciones en la infancia- en algunas escenas, la catástrofe pareciera estar a punto de suceder: por accidente, por despiste, sin mala fe… No obstante, ésta, no llega. Esos pequeños guiños del vértigo nos ubican en el borde del precipicio de Sophie, a punto de dejar la infancia para siempre. La sexualidad asoma con la curiosidad, la vergüenza, el juego y la aventura que, necesariamente, van a alejarnos del Otro.

La última escena, roza la perfección. En el aeropuerto padre e hija se despiden, van a separarse, se profesan su amor. Sophie agita su brazo y se dirige a su vuelo. Entonces Calum atraviesa una sala completamente vacía, fría, aséptica, y sale: atraviesa una puerta. Afuera, la oscuridad. El elemento de lectura que falta en el relato, ese que aporta precisamente la belleza inigualable que despliega, es el suicidio del padre: la ausencia imposible de representar. Nos evoca lo Real mismo. Allí no hay imagen ni relato que alcance a atraparlo. Lo Real ex –siste a lo Imaginario y lo Simbólico. La imposibilidad de ser dicho y de no poder entrar en la realidad de Sophie, no obstante, se perfila como la pieza clave que da cuenta de la fuerza de esa reconstrucción, aparentemente inocua.

Del ingente esfuerzo por bordear el agujero de lo Real, es de donde emerge la belleza de su producción. Una operación sobre la pérdida, que aun padeciéndola injustamente -eso también es válido- tendremos que ponerla a cargo de escribirla a nombre propio, que es precisamente, lo que no pudo hacer, como hijo, su padre.

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