LA NIÑA SANTA de LUCRECIA MARTEL

Estoy muy agradecida por la invitación de Salvador Foraster y Mercè Coll a participar en este ciclo Fantagories del Desig en la Filmoteca de Catalunya, que ya lleva unos años de andadura.

La Niña Santa, es la segunda película de la trilogía que junto a La Ciénaga y la Mujer Rubia, realizó Lucrecia Martel en las entradas del siglo. La película que vamos a ver, es especialmente idónea a la temática del ciclo, pues en ella cobran forma las evocaciones del deseo sexual en un permanente entrecruzamiento con las fantasías bajo un clima de sensualidad por fuera de cualquier cliché romanticón.

Un rasgo de mis lecturas de cine es usar los personajes como medio de mostración de experiencias humanas. Para mí no se trata de centrar la lectura en la biografía de sus protagonistas, sino más bien, en usarlos como materia de lectura de algunos aspectos del vivenciar humano.

En el cine de autor lo que se pretende transmitir nunca es ajeno a su forma de hacerlo. La estética de una obra vehiculiza un relato siempre evocado. Sus producciones, en una torsión respecto a ese cine de películas con mensaje, hacen que los enunciados estén relegados a la enunciación.

Atmósfera y descentramiento

Empecemos por la atmósfera: La escena se desarrolla en un hotel de provincias un poco venido a menos. un lugar decadente, que nos da a entender que en tiempos pasados había gozado de cierto esplendor, de cierto estatus. Está regentado por Elena y su familia: la tía Mirta y su hija, su hermano divorciado, ella misma también divorciada (no tienen una familia normativa) con su hija Amalia que asiste a clases de catequesis con su inseparable amiga Jose. La trama transcurre en los días que allí se desarrolla un congreso de médicos. Las mujeres, las niñas son las que viven allí, los hombres, los médicos, son los huéspedes. El juego entre el adentro y el afuera está presente, abriéndose el terreno de las fantasías de lo que puede venir de ahí afuera, del extranjero, de lo desconocido. Esa es una condición del deseo. El contraste entre adentro y afuera, entre la oscuridad y la luz, entre lo que se prediga y lo que se susurra, entre lo familiar y lo desconocido, es una clave dela atmósfera de la película.

En cuanto al modo de estar filmada, es notable la forma en que los personajes aparecen desencuadrados, de lado, de espaldas, a través del reflejo de los espejos. Los diálogos en varias ocasiones se cortan, no llegan a decir algo concreto, se sugieren… Frente a los dichos que no alcanzan a concluir un sentido, están los sonidos. Son notorios los ruidos de los objetos: del calefón viejo, de la radio desintonizada, del arrastre de sillas, los ruidos de la televisión, y también las inmersiones en el agua… por no hablar del síntoma de Elena, un acufeno: un ruido constante que escucha dentro de su cabeza. Ese ruido del acufeno de Elena, es como una metáfora del sonido de la película, emparentado con el deseo sexual y sus fantasías.

Podríamos decir que, el protagonismo del sonido está al servicio de volver impotente al sentido. Toda esta atmósfera ofrece un soporte al estatuto del sujeto como dividido. No tenemos, por tanto, protagonistas que tenga un fuerte yo que se presenten con las ideas claras de quiénes son y qué hacen en la vida. Tampoco sabemos todo de ellos, sino que algunos detalles revelan cosas… aunque siempre ambiguas.

La ley del deseo

El tejido de la exploración sobre el deseo se cruza con las clases de religión, donde las niñas reciben las enseñanzas católicas. Allí se habla sobre el llamado de Dios, sobre las misiones de las buenas católicas. Los cánticos religiosos se entrelazan con los susurros. Las niñas continuamente se dicen cosas al oído. Este susurro hace circular un saber sobre todo aquello que no se dice, lo que han visto que hace con su novio y no dice la profesora… Ese saber, el saber sobre lo sexual, es un saber que no se enseña, sino que más bien se susurra. Por tanto, el llamado es también el llamado del deseo. Todas las preguntas que se abren en relación al llamado de Dios podrían extrapolarse al terreno del deseo.

Lejos de las versiones pasivas de la feminidad, Amalia y Jose son bastante activas respecto al deseo y su exploración. Están buscando, experimentando… ellas quieren acceder a eso que solo es privilegio de los adultos. Jose con su primo, con el que aprovechan esos momentos muertos de las siestas, cuando todos los adultos andan enfaenados haciendo cosas, para tocarse y hacer el amor. Saben que es algo prohibido; el secreto y la oscuridad no solo los ampara, sino que es condición de su emergencia.

El deseo siempre tiene relación con la ley. La película lo muestra muy bien: las enseñanzas religiosas encuadran las condiciones bajo las cual está permitido el encuentro sexual: en el matrimonio y a fines reproductivos. Y justamente esa misma ley, la que prohíbe todo lo demás, es la que hace surgir el deseo. Deseo y transgresión siempre han ido de la mano.

Las preguntas sobre el Bien y el Mal se van entremezclando en su particular investigación. Dios nos designa para salvar a los humanos. Es por ese sesgo donde Amalia, en el encuentro con la irrupción de goce en su cuerpo, se propone salvar a Jano.

El deseo fálico, fantasías perversas

Dentro de la gran escena está el escenario de la cama de la madre, donde duermen los hermanos, la madre con su hija, la hija con el tío… Son espacios abiertos, con sábanas revueltas, con bultos de gente tapada que no se sabe bien quiénes son. Entonces la maternidad, es un espacio de sensualidad permitida, justamente porque la creemos exenta.

La llegada de Jano, va a desplegar el contrapunto masculino del deseo sexual. Al hombre le gusta apoyar suavemente su erección en el cuerpo de las adolescentes. Aprovechando una multitud que escucha alguien cantando, de espaldas a la niña, se acerca a Amalia. La niña, obviamente, lo siente. Lo siente y le da una significación, dado que eso que experimenta, la turba y le concierne, y al poco empieza a buscarlo. Amalia, de alguna manera, rompe las condiciones de la fantasía de Jano; puesto que, esa transgresión debe permanecer oculta. Así, el acosador se va convirtiendo paulatinamente en el acosado, puesto que Amalia no se retira, sino que, por el contrario, continua el juego. La división subjetiva en Jano se hace evidente. Primero porque la condición de esa aproximación es la clandestinidad: hacerlo sin ser visto. El deseo sexual masculino está connotado por aquello que debe saber mantener la compostura. Uno de los personajes, hablando de otro médico que se ha acostado con una promotora, le reprocha la indecencia de no saber contenerse. En lo masculino se reconoce la existencia del deseo sexual, el reproche es no reprimirlo.

El retrato masculino que hace la película es la antítesis de la perversión como potencia. Los hombres por lo general son decepcionantes. No aparecen como personajes malvados, depravados sexuales, sino como neuróticos con sus fantasías sexuales perversas. Fantasías con las niñas, sí, pero que debe permanecer como tales. En cuanto la niña se mueve, lo busca, lo que emerge en Jano es una gran angustia. Hombres, por tanto, más bien divididos.

Amalia por su parte ha encontrado algo muy grande que hace equivaler a su misión religiosa: el encuentro con el deseo que siente que despierta en ese hombre, la convierte en su salvadora: acaba de encontrar una misión. Freud decía que la separación amor y deseo en la mujer no era tan clara como en el hombre. El amor se erogeniza.

En otro registro, se despliega el juego sexual entre adultos, es decir, entre Elena que también ha ‘puesto su ojo sobre el médico y Jano. Que sean adultos no varía un ápice la incidencia de la fantasía, porque no hay madurez sexual. Elena se sabe una mujer hermosa, por eso no le cuesta pensar que el doctor la desea. Que él esté casado no es algo que constituya un fuerte impedimento para Elena. Las condiciones de la clandestinidad que avivan el deseo siguen en juego. Elena lo busca, lo observa, y enseguida capta la perturbación de Jano. En lo que falla Elena es en atribuirse ser la causa de dicha turbación, dado que ésta se vincula más a su hija. Es lo que Elena no ve, no solo por ser madre. El descubrimiento de la existencia de la sexualidad infantil fue el gran escándalo que introdujo Freud con el psicoanálisis.

Lo reprochable y la culpabilidad inconsciente

Por eso en el último tramo, que, por cierto, no desemboca en un final concreto, sino que de nuevo queda abierto, precipita lo que sucede cuando lo sexual abandona la clandestinidad de la fantasía…

Cuando lo prohibido es puesto a la luz, toda esa flotación del deseo está a punto de precipitarse, de desvanecerse. Y lo que se impone es un sentido moral; la condena de las formas por fuera del consenso social. En esa precipitación moralizante del sentido, lo vemos bien, el reparto de papeles es clásico: el hombre es el culpable de no reprimir sus impulsos. Ella en cambio, casi una niña, está exenta de sexualidad, es víctima del deseo del hombre.

La amiga es sorprendida por sus padres con su primo en la cama. Para salir del momento de confusión, ésta delata que el médico está tocando a su amiga. El escandalo está a punto de explotar. La culpabilidad inconsciente que persigue a Jano, inherente al deseo (cuando siente que hablan de él) está a punto de ser realizado. El deseo siempre está por venir, por atrapar, siempre tiene algo de incorrecto, de reprobador, de disruptivo. Siempre divide al sujeto, lo aliena, lo atrapa, lo arroba. En las niñas, ese despertar va unido a las fantasías sobre lo ilimitado, sobre el poder divino, sobre algo que siempre excede…

De fallas y falos

Hay un conocido aforismo lacaniano que dice: “la relación sexual no existe”. Y está, por supuesto, lo que siempre se le reprochó a Freud: haber planteado la relevancia del falo en la sexualidad humana, tanto para el hombre como para la mujer.

Freud decía que solo había una libido, y que ésta era activa, por eso la llama masculina. La tilda de masculina por su actividad y la relaciona al órgano masculino. Hay una operación fundamental que introduce el psicoanálisis: la distinción entre el órgano, es decir, el pene, y el falo. El falo es, por decirlo así, el significante del pene. En tanto significante, está separado del organismo.

El psicoanálisis reveló que la sexualidad en los humanos no es del orden del instinto. Si bien somos animales, nuestro instinto está completamente trastocado por el hecho de ser seres hablantes. Es por eso que, en la sexualidad humana se inmiscuyen siempre las fantasías, porque las condiciones que la despiertan no son del orden de lo natural. Por eso, la sexualidad humana, no tiene necesariamente el fin de la reproducción. El falo entonces da cuenta de que nuestro instinto ha quedado capturado por el lenguaje.

Por eso esta película tiene la maestría de mostrar algo de la naturaleza del deseo sexual, porque no está organizada a partir del sentido. Es una marca del estilo de Lucrecia Martel y algunos cineastas; poner en el centro de sus creaciones la dimensión de la ambigüedad. Esa ambigüedad es muy afín a la naturaleza del deseo y de alguna manera remite al hecho de que la irrupción del goce es algo de lo que el sujeto no tiene un control, es algo que nos encuentra. Nos pasa y nos sacude. Es entonces, alrededor de algo que es un acontecimiento en el cuerpo que vamos a querer darle un sentido. De hecho, la religión, está al servicio de controlar eso sexual, sentenciando lo que está bien y lo que está mal. Lo que está bien o mal siempre está referido a la sexual; porque no hay saber sobre lo sexual. Lo interesante en la película, es el uso particular que van hacer las niñas de esos discursos… porque la ambigüedad también es la del lenguaje, la distancia que hay entre lo que decimos y lo que hacemos. Por eso, en lo sexual y en el lenguaje, el sí es sí, y el no es no, nunca es del todo verdadero. Porque en lo sexual, lo verdadero está más bien, del lado de esa división subjetiva, de esa oscilación. La sexualidad es algo que siempre nos toma por sorpresa.

Vemos como, entre el hombre y la mujer está el deseo sexual mediado completamente por fantasías, cada cual con las suyas. Por eso lo que muestra del deseo está en las antípodas del encuentro con la media naranja.  Ese desencaje, es algo estructural a la sexualidad humana. Ésta siempre falla, las fantasías de alcanzar esa otra mitad, de hacer existir la relación, diríamos nosotros, siempre fallan. A veces, ese fallo se dirige al otro como un reproche, pero lo cierto es que no es falta de nadie, sino más bien de la sexualidad misma. La religión la significó como pecado, y en el psicoanálisis a ese fallo lo llamamos síntoma. Ese fallo procede del falo, del significante de esa diferencia sobre la que no hay un saber prestablecido, que en sí misma nada quiere decir, pero que nos hace desear, hablar… ¡!y vaya que si hablamos!!

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